«La diferencia entre multitudes inteligentes y muchedumbres gritonas está a golpe de clic», sentencia Juan Valera, periodista y autor de la bitácora Periodistas 21. Y no solo está en lo cierto, sino que resume la opinión oscilatoria de la masa; en la ridícula bipolaridad que rezuman gran parte de los trending topic. Es más, si me permiten el apunte, desconozco si los usuarios mantienen o no un conflicto con sus pensamientos al dejarse llevar por lo que dicte la mayoría; es decir, si vivimos en una constante disonancia cognitiva digital —qué de cosas habría descubierto Festinger en las comunidades en línea.
De hecho, los psicólogos señalan que justificamos nuestros actos si estos contradicen nuestra coherencia interna, recurriendo a valores superiores que suplan parte de la sinrazón de la cotidianidad. No obstante, en la Web la masa crítica incurre en contradicciones, sobre todo si estas están relacionadas con el verbo «compartir»: cientos, no, miles de retuits de mensajes estúpidos en vez de alguno de contenido relevante. Y conozco a unos cuantos que se están dejando la salud y el bolsillo por alguna causa social indispensable, pero que parece no importar a quienes tienen la suerte de disponer de conexión o a los que con tan solo publicar un mensaje obtienen miles de «me gusta». A ellos, desde este humilde espacio, les ruego que tengan iniciativa propia y difundan alguna de ellas —sin esperar a que alguna ONG se ponga en contacto con ellos y menos a cambio de remuneración económica.
Aun así, me continúa asombrando cómo las redes sociales se convierten en cuestión de minutos en potentes altavoces, en auténticas herramientas para el cambio y de lo poco que sabemos aún utilizarlas con este fin. Y si a ello le sumamos una carencia de neutralidad con visos de contribuir a la construcción de «un mundo en el que se graba todo lo que digo y lo que hago» (declaraciones del fugitivo Snowden para El País), mayor cuidado deberíamos poner a la hora de seleccionar y difundir información insustancial.