Bitácoras y medios de comunicación, agencias especializadas en métricas, gurús… todos tienen algo que decir respecto al fenómeno Podemos, apelativo sobre el crecimiento orgánico inusual del partido en Twitter y Facebook, 48 horas después de conseguir cinco escaños en el Parlamento Europeo. Una situación que, en el ámbito político, no se había producido en la Red y que ha sorprendido a propios y extraños. Y no solo refleja el carácter de la viralidad, también ofrece una evaluación de la apuesta del resto de agrupaciones por los canales bidireccionales. El artículo Las redes de arrastre de Podemos, publicado en El País, explica que dicho partido cuenta con 15 gestores para dialogar con los ciudadanos y prevenir que sus comunidades en línea sean solo receptores de cuñas.
Y ya que todos, repito, tienen algo que decir sobre el inicio de una presunta ruptura del bipartidismo, este debería ser el punto de inflexión para el análisis y revisión de los principios pedagógicos del Tratamiento de la información y competencia digital (acepción más amplia de la competencia digital) de la LOE, y que no se materializan en las aulas. Si la conjunción de la televisión e Internet es capaz de movilizar a las urnas, se requiere de una nueva educación mediática, que los tres Reales Decretos de enseñanzas mínimas describen como una forma de «ser una persona autónoma, eficaz, responsable, crítica y reflexiva al seleccionar, tratar y utilizar la información y sus fuentes, así como las distintas herramientas tecnológicas». Una legislación que amplía la concepción del Parlamento europeo que solo atiende a un uso seguro de la tecnología para «[…] el trabajo, el ocio y la comunicación».
Varios son los motivos por los que aún no se ofrece en el currículo escolar una alfabetización mediática. Entre ellos, un cuadro docente conservador, conformado, en su mayoría, por inmigrantes digitales —el entorno digital es su lengua extranjera y siempre tendrán un cierto acento [definición de Generaciones interactivas]— y el temor a innovar editorialmente para no perder mercado. A todo lo anterior, hay que sumar los últimos dislates del Gobierno, tales como relegar las enseñanzas artísticas, incrementar las tasas académicas, reducir becas, etcétera, y que anulan toda posibilidad de una auténtica sociedad del conocimiento.