“¿Queremos permitir métodos de comunicación entre personas que no podamos leer, hasta en un caso extremo?”, pregunta David Cameron, primer ministro de Reino Unido, a raíz de los últimos atentados yihadistas en Europa. Por supuesto, el objetivo de su disertación es anunciar, si sale reelegido en mayo, una modificación de la Ley de Comunicación de Datos para prohibir el uso del cifrado en las plataformas de mensajería y poder interceptar conversaciones entre terroristas.
Cabe puntualizar que no prohíbe este tipo de plataformas, sí pretende disponer de un instrumento legal que facilite a los servicios secretos el espionaje masivo que denunció Eduard Snowden. De hecho, esto último propició que Zuckerberg, el nuevo “abanderado” de la libertad de expresión, introdujera los chats encriptados. Así, los mensajes que salen de un teléfono móvil no pueden ser interpretados ni siquiera por los propios servidores, garantizado la seguridad —incluso frente a los gobiernos— que exigíamos algunos usuarios, mientas otros tecleaban (y continúan haciéndolo) en Google “¿Cómo espiar el WhatsApp de alguien?”, manteniendo la estafa de los servicios de SMS.